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¿Por qué no ha habido una “primavera palestina”?

En una palabra: Oslo

Ben White

The Guardian

Desde que los levantamientos en Túnez y Egipto provocaron un terremoto en la región hace 18 meses, los analistas se han preguntado sobre la ausencia de una “primavera palestina”. Es útil intentar explicarlo, ya que puede dar luz sobre problemas claves del proceso de paz, hoy en coma.

Hasta cierto punto, la pregunta “¿Por qué no hay una primavera palestina?” puede ser respondida con una sola palabra: Oslo. Los acuerdos de Oslo, firmados en 1993, establecieron un paradigma por el cual la lucha palestina por el retorno y la descolonización se convirtió en una fachada de soberanía, concesiones en cuentagotas y gestión de la ocupación.

Esto, a su vez, ha marcado el comportamiento y el rumbo de actores políticos claves en los territorios ocupados. La Autoridad Palestina (ANP), por ejemplo, pasó de un enfoque revolucionario a uno de autonomía “interina”; y, con el tiempo, se convirtió en una entidad institucionalizada que existe para su propio beneficio. Los dirigentes de la ANP no sólo no representan a la mayoría de lxs palestinxs en el mundo, sino que están desconectados incluso de la gente a la que gobiernan: sus pases VIP y sus intercambios de correspondencia diplomática están en marcado contraste con las necesidades de las familias de los presos o de los campesinos expulsados de su tierra.

Otra consecuencia de Oslo ha sido la “profesionalización” de las ONGs y el importante rol que estas organizaciones han tenido en alentar ciertas formas de organización y marginar o deslegitimar otras. Tal como se señaló hace una década, “la ausencia de base social de las ONGs y su enfoque en asuntos de desarrollo y gobernanza las hacen incapaces de organizarse a nivel de masas.” Su profesionalización ha creado un mercado que compite por financiamiento (marcado por las prioridades de los donantes) y ha implicado “la exclusión de un público más amplio que participe en la definición de prioridades y agendas nacionales”.

La ANP y las ONGs (tanto internacionales como locales) han contribuido al surgimiento de “una amplia franja de opinión pública y de intereses materiales vinculados al mantenimiento del status quo, ya sea por temor a lo que el cambio podría traer o simplemente por no creer en la posibilidad de un cambio positivo”. Esto incluye a los grandes comerciantes, a quienes dependen económicamente de la ANP y a quienes tienen permisos para trabajar en las colonias israelíes y/o dentro de Israel. Este amplio grupo constituye “una base sólida para no alterar el status quo”.

Hay otros problemas también. Los palestinos enfrentan obstáculos físicos para construir una estrategia de resistencia unificada, ya sea las colonias israelíes, los puestos de control, las redes de carreteras segregadas y el Muro. También está el sistema burocrático de “permisos” que separa a Gaza de Cisjordania, a ésta de Jerusalén, etc.

La fragmentación física va más allá, por supuesto, y hace que los palestinos enfrenten distintas realidades y experimenten una variedad de regímenes legales en lugares tan diversos como el Negev, Silwan, el Valle del Jordán o los campos de refugiados en Líbano. Esto crea prioridades inmediatas distintas, que hacen difícil articular una estrategia más allá de lo local.

Un factor adicional en Cisjordania es la actitud intolerante de la ANP hacia el disenso y la protesta pública. Los gobernantes de Ramalla no son sólo un obstáculo para una “primavera palestina”; para algunos, son el adversario. En Gaza, Hamas tampoco ha sido inmune a los peligros de convertir al poder en un fin en sí mismo.

El su último informe mundial sobre los derechos humanos, Amnistía Internacional critica tanto a la ANP como a Hamas por maltratar a los detenidos y reprimir la libertad de expresión. La baja tolerancia hacia el disenso en los medios o en las manifestaciones públicas son un ejemplo de las violaciones a los derechos humanos que, según el Centro Palestino para los DDHH, “están motivadas por la actual división política, al parecer como reacciones mutuas de cada lado hacia el otro.”

Si agregamos a esto la falta de un programa político que represente las aspiraciones nacionales palestinas, así como el vacío de liderazgo resultante del conflicto entre Fatah y Hamas, no cabe duda que la movilización es un desafío grande.

Pero eso no quiere decir que no pasa nada. Los palestinos se movilizan, pero su movilización es descentralizada y dispar: la energía está ahí, pero no se hace evidente de forma inmediata. Hay múltiples hilos de activismo en juego, algunos de los cuales apuntan directa o indirectamente a desafiar los obstáculos que enfrenta la resistencia al colonialismo israelí.

Hasta ahora, la acción masiva en los territorios ocupados está inhibida por una serie de factores. Pero eso no quiere decir que todo está quieto; y como sabemos tanto por la historia palestina como por los acontecimientos recientes en la región, las cosas pueden cambiar de un momento al otro.

* Ben White es un periodista independiente, escritor y activista británico especializado en Palestina / Israel. Es autor de “Apartheid Israelí: Una guía para principiantes” (2009) y ‘Los palestinos en Israel: segregación, discriminación y democracia” (2011). Sus artículos han sido publicados en The Guardian, Al Jazeera, The Electronic Intifada, New Statesman, Salón, Christian Science Monitor, Middle East International, etc. Su blog: http://www.benwhite.org.uk
Publicado originalmente en The Guardian
Tomado de http://mariaenpalestina.wordpress.com/

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