El próximo 11 de febrero se cumplen 40 años de la Revolución Islámica en Irán. Este movimiento implicó un cambio fundamental en la vida de los iraníes, pero también fue algo innovador a nivel global.
El nuevo sistema político instaurado fue novedoso para toda la comunidad internacional, rompiendo con la dicotomía que existía entre el Oriente y el Occidente.
El paso de una monarquía a una República Islámica devolvió a la ciudadanía la soberanía en su propio país, además de expulsar y terminar con la injerencia de Estados Unidos en Irán. Internamente se ampliaron los derechos civiles y se mejoró la vida cotidiana de la población, y hacia fuera Irán se plantó como una potencia en crecimiento tanto a nivel económico como políticamente.
Comenzó a jugar un rol importante en la arena internacional, siendo parte de las discusiones que se sostienen a lo largo y ancho del mundo.
En América Latina, territorio lejano en distancia, luego de la Revolución Islámica la relación estuvo históricamente mediada por Estados Unidos, aquellos países latinoamericanos con gobiernos afines a Washington, permanecieron alejados de Irán. Pero, desde el país persa se comenzaron a tender lazos hacia ese continente, y con aquellos países que dieron la espalda a las directivas de la Casa Blanca, las relaciones comenzaron a afianzarse.
Hacia comienzos del siglo XXI, con la oleada de gobiernos soberanos y progresistas en América Latina, la relación con la República Islámica dieron un salto cualitativo, estrechando un lazo no solo económico y político, sino de hermandad con países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua, entre otros.
Con idas y vueltas, lo que es innegables que la Revolución Islámica, trajo una nueva relación con América Latina, fortificando los lazos.
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