Su seudónimo no debe llamar a engaño. Se presta a la confusión de la misma forma que el personaje a la ambigüedad. «Al Hakim», según su nombre de batalla, que significa médico, sabio o prudente, nunca fue prudente en su comportamiento belicista, más allá de toda medida y desmesura; ni sabio ni médico pues tampoco consiguió su título universitario. Esa es su primera usurpación. Alguien a quien su formación debería haber destinado a un comportamiento humanitario se reveló como uno de los señores de la guerra más inhumanos, el implacable sepulturero del campo cristiano y responsable del exterminio de la familia Frangieh, en 1978, que no dejó a nadie de esta gran familia del norte del Líbano, por lo tanto sus vecinos, ni a la niña de tres años ni al perro que guardaba la casa.
Reincidente, en 1980 lanzó un asalto contra el feudo del otro aliado de los falangistas, las milicias del PNL (Partido Nacional liberal) del presidente Camille Chamoun, de Faqra, en la región montañosa de Líbano, ahogando en sangre a las fuerzas cristianas a pesar de que formaban parte de la misma coalición. En julio de 1983, emprendió la guerra de la montaña de Chouf contra la milicia drusa dirigida por Walid, el hijo y sucesor de Kamal Jumblatt, jefe del partido socialista progresista y jefe de la comunidad drusa. Su ofensiva se saldó con la destrucción de 60 pueblos y el éxodo de una población cristiana de más de de 250.000 habitantes de Chouf y puso fin a un siglo de convivencia entre cristianos y drusos en la región. Hizo lo mismo con idénticos resultados en Saida, la capital del sur de Líbano, y en Zahlé, en el centro del Líbano, en 1985. Un balance lamentable para el defensor de las minorías cristianas oprimidas, a las que su belicismo tiranizaría más largamente que la hostilidad de sus adversarios.
La lista es larga. En 1988, al final del mandato del presidente Amine Gemayel, Samir Geagea se encontraba a la cabeza de una empresa próspera apoyada por una maquinaria de guerra bien rodada. El pulso que emprendió contra el general Michel Aoun, comandante en jefe y Primer Ministro provisional, acabó de agotar al campo cristiano; el general Aoun tomó el camino del exilio hacia París, donde permaneció quince años, y Samir Geagea el camino de la prisión, donde se pudrirá durante casi diez años.
El asesinato del ex Primer Ministro Rafic Hariri, en febrero de 2005, dio lugar a un increíble cambio de alianzas que unió a los antiguos jefes de guerra antagónicos y a su proveedor de fondos: Walid Joumblatt, Samir Geagea, Amine Gemayel y Saad Hariri. Aunque desembocó en la liberación de Samir Geagea, gracias a la votación de una ley de amnistía amnésica, esta coalición heteróclita y desacreditada constituirá el eslabón débil del dispositivo occidental destinado a conservar el poder libanés en su regazo.
Samir Geagea es el único superviviente de los principales protagonistas de la masacre de Sabra y Chatila donde el gran vencedor moral podría ser, a posteriori y paradójicamente, Suleimán Frangieh, el superviviente de la masacre fundadora de su autoridad.
En un país convertido desde hace tiempo en un gigantesco cementerio, Suleimán Frangieh, cuya familia sirvió de conejillo de indias para la carnicería de Sabra y Chatila, frenó sus instintos belicistas para conceder el perdón de las ofensas; es el único dirigente libanés que ha realizado este gesto de grandeza moral, hundiendo en la vileza al verdugo de su familia.
Los analistas del escenario libanés sostienen que la aparición política de Nadim Gemayel, hijo del presidente asesinado Bachir y su auténtico heredero político, tanto como la de su primo carnal Sami, hijo de Amine, devolvería su pesadilla a Samir Geagea privándole de cualquier legitimidad popular y política y reenviándole, al mismo tiempo, a sus fantasmas. A menos que «Al Hakim», acostumbrado a ese tipo de maniobras retorcidas, no se anticipe a ese hecho con una estrategia de confinamiento para amordazar a los herederos de Gemayel, una medida tanto más imperativa en cuanto que la ausencia de herederos biológicos le debilita a la vez que pone en precario la perpetuación de su proyecto político dejándolo a merced de un mal golpe del azar.
Así, Samir Geagea ha escapado, de momento, de la justicia de los hombres. Personaje funesto, sin progenie, sin remordimientos, solo frente a sus maldades y sus fantasmas, atascado en sus crímenes imborrables, difícilmente podrá librarse del castigo de la Historia… sin ninguna duda, incluso en su tumba seguirá sintiéndose observado por el «ojo de Caín».
Descansen en paz las víctimas de los campos palestinos de Sabra y Chatila y que la tierra de los hombres les sea ligera.
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