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La contrarrevolución en Medio Oriente

por Thierry Meyssan*

Un clan de Arabia Saudita, los Sudairi, es el eje a la ola contrarrevolucionaria que Estados Unidos e Israel han desencadenado en el Medio Oriente. En una amplia síntesis, publicada por episodios en el más importante diario de lengua rusa, Thierry Meyssan nos ofrece, desde Damasco, un panorama general de las contradicciones que estremecen esa región
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Esta imagen provocó un verdadero escándalo en Estados Unidos: en la reunión del G20, el presidente estadounidense Barack Obama se inclina ante el soberano saudita y besa su mano.

En unos meses, 3 gobiernos prooccidentales han sido derrocados en el mundo árabe: en Líbano el parlamento expulsó del poder al gobierno de Saad Hariri y los movimientos populares derrocaron a Zine el-Abbidine Ben Ali en Túnez y, en Egipto, a Hosni Mubarak, posteriormente arrestado.

Estos cambios de régimen se acompañan de manifestaciones contra la dominación estadounidense y el sionismo. Favorecen, en el plano político, al eje de la resistencia conformado, en el plano estatal, por Irán y Siria, y en el plano infraestatal por los movimientos Hezbollah y Hamas.

Para imponer la contrarrevolución en la región, Washington y Tel Aviv han recurrido a su mejor apoyo: el clan de los Sudairi, que representa mejor que cualquier otra fuerza el despotismo al servicio del imperialismo.

Los Sudairi

Aunque es posible que el lector nunca haya oído hablar de ellos, los Sudairi son desde hace varias décadas la organización política más rica del mundo.
Los Sudairi son 7 de los 53 hijos del rey Ibn Saud –el fundador de Arabia Saudita. Son específicamente los 7 hijos de la princesa Sudairi. Su cabecilla fue el conocido rey Fahd, cuyo reinado se extendió de 1982 a 2005. Desde la muerte de Fahd, sólo quedan 6 Sudairi.
El mayor es el príncipe Sultan, ministro de Defensa desde 1962, de 85 años. El más joven, con 71 años, es el príncipe Ahmed, ministro adjunto del Interior desde 1975. Desde los años 1960, es el clan de los Sudairi el que ha venido organizando, estructurando, financiando los regímenes títeres prooccidentales del «Medio Oriente ampliado».

En este punto se hace indispensable un recuento histórico.

Arabia Saudita es una entidad jurídica que los británicos crearon para debilitar el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. A pesar haber sido el inventor del concepto de«nación árabe», Lawrence de Arabia nunca logró convertir el nuevo país en una nación, y menos aún en un Estado. Arabia Saudita era, y sigue siendo, una propiedad privada de la familia Saud. Como se demostró a través de la investigación judicial británica que tuvo lugar durante el escándalo Al-Yamamah, ya en pleno siglo XXi, no existen hoy en día cuentas bancarias ni presupuesto del reino. Son las cuentas de la familia real las que se utilizan para administrar lo que sigue siendo la posesión privada de los Saud.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido ya no contaba con los medios necesarios para mantener su imperialismo, así que el territorio de Arabia Saudita pasó a depender de Estados Unidos. El presidente Franklin D. Roosevelt concluyó entonces un acuerdo con el rey Ibn Saud: la familia Saud se comprometía a garantizar el aprovisionamiento de petróleo a Estados Unidos a cambio de la ayuda militar necesaria para que los Saud pudieran mantenerse en el poder. Esa alianza se conoce como elAcuerdo del Quincy por haberse firmado a bordo del navío del mismo nombre. Se trata de un acuerdo, no de un tratado, porque no fue firmado entre dos Estados sino entre un Estado y una familia.

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El Acuerdo del Quincy ata Estados Unidos a la familia Saud.
El rey fundador, Ibn Saud, tuvo 32 esposas y 53 hijos, lo cual rápidamente dio lugar a graves rivalidades entre los potenciales candidatos a la sucesión. Ya tardíamente se decidió, por lo tanto, que la corona no pasara de padre a hijo sino de medio hermano a medio hermano.

Cinco hijos de Ibn Saud han ocupado el trono hasta el momento. El actual rey, Abdalá I, de 87 años, es un hombre más bien de mente abierta, aunque totalmente desconectado de las realidades contemporáneas. Conciente de que el actual sistema dinástico conduce a la catástrofe, el rey Abdalá quiere reformar las reglas de sucesión. El soberano sería designado entonces por el Consejo del Reino, o sea por una serie de representantes de las diversas ramas de la familia real, lo cual pudiera poner el poder en manos de una generación más joven.

Pero a los Sudairi no les conviene esta sabia iniciativa. Como resultado de varias renuncias al trono, ya sea por razones de salud de los renunciantes o por sibaritismo, los tres próximos aspirantes son miembros de ese clan: el ya mencionado príncipe Sultan, ministro de Defensa, de 85 años; el príncipe Nayef, ministro del Interior, de 78 años, y el príncipe Salman, gobernador de Riad, de 75 años. Si llegara a aplicarse, la nueva regla dinástica perjudicaría a estos personajes.

Lo anterior explica por qué los Sudairi, que nunca han sentido demasiado cariño por su medio hermano, el rey Abdalá, actualmente lo odian.
También explica por qué han decidido utilizar todas sus fuerzas en la actual batalla.

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El príncipe Bandar y su «hermano» George W. Bush.
El regreso de Bandar Bush

A fines de los años 1970, el futuro rey Fadh dirigía el clan de los Sudairi. Y se fijó en las raras cualidades de uno de los hijos de su hermano Sultan: el príncipe Bandar. Lo envió a negociar contratos de armamento en Washington y le gustó la manera como Bandar logró comprar el consentimiento del entonces presidente de Estados Unidos James Carter.

Al llegar al trono, en 1982, el rey Fadh convirtió al príncipe Bandar en su hombre de confianza. Lo nombró agregado militar y posteriormente embajador en Washington, puesto que Bandar ocupó hasta el fin del reinado de Fahd y el momento en que se produjo su brutal expulsión por parte del rey Abdalá, en 2005.

Hijo del príncipe Sultan y de una esclava libia, el príncipe Bandar es una personalidad brillante y carente de escrúpulos que ha sabido imponerse en el seno de la familia real, a pesar del deshonor inherente al origen de su madre. Bandar es actualmente el brazo ejecutor de los gerontócratas del clan Sudairi. Durante su larga estancia en Washington, el príncipe Bandar se hizo amigo de la familia Bush, en particular de George Bush padre, a tal punto que ambos llegaron a ser ambos inseparables. George Bush padre llega incluso a presentar al príncipe Bandar como el hijo que le hubiese gustado tener, al extremo que en Washington llegaron a llamarlo «Señor Bandar Bush». Lo que despierta el agrado de George Bush padre –ex director de la CIA y posteriormente presidente de Estados Unidos– es la inclinación del príncipe Bandar por la acción clandestina.

El «Señor Bandar Bush» se integró a la alta sociedad estadounidense. Es al mismo tiempo administrador vitalicio delAspen Institute y miembro del Bohemian Grove. El público británico descubrió su existencia a través del escándalo Al-Yamamah: el contrato armamentista más grande de la historia, y también el mayor caso de corrupción.
Durante unos 20 años (desde 1985 hasta 2006), British Aerospace, rápidamente rebautizada como BAE Systems, vendió armamento por 80 000 millones de dólares a Arabia Saudita mientras que depositaba discretamente parte de esa fortuna en las cuentas bancarias de políticos sauditas y probablemente de políticos británicos. Dos mil millones de dólares engrosaron así la fortuna del príncipe Bandar.

El asunto es que Su Alteza tiene muchos gastos. El príncipe Bandar dio empleo a muchos de los combatientes árabes reclutados en la época de la guerra fría por los servicios secretos de Arabia Saudita y Pakistán para luchar contra el Ejército Rojo en Afganistán, a pedido de la CIA y del MI6. Por supuesto, la figura más conocida en ese medio no era otro que el millonario anticomunista convertido en gurú yihadista Osama Ben Laden.

Es imposible decir con exactitud de cuántos hombres dispone el príncipe Bandar. A lo largo de los años, su mano se perfila en numerosos conflictos y actos de terrorismo a través de todo el mundo musulmán, desde Marruecos hasta el Xinkiang chino. A modo de ejemplo, basta con citar el pequeño ejército que había implantado en un campamento de refugiados palestinos en el Líbano, en Nahr el-Bared, bajo el nombre de Fatah al-Islam.

La misión de aquellos hombres consistía en sublevar a los refugiados palestinos, mayoritariamente sunnitas, proclamar un emirato independiente y combatir al Hezbollah chiíta. Pero aquello salió mal porque los salarios de los mercenarios no se pagaron a tiempo. Así que, en 2007, los hombres del príncipe Bandar se atrincheraron en el campamento palestino, 30 000 refugiados tuvieron que huir de allí y el ejército libanés tuvo que librar una batalla de 2 meses para retomar el campamento.

Aquella operación costó la vida a 50 mercenarios así como a 32 civiles palestinos y 68 soldados libaneses.

A principios de 2010, el príncipe Bandar fomentó un golpe de Estado para derrocar al rey Abdalá y poner en el trono a su propio padre, el príncipe Sultan. El complot se descubrió y Bandar cayó en desgracia, aunque sin perder por ello sus títulos oficiales. Pero a fines de 2010, los problemas de salud del rey y las operaciones quirúrgicas a las que tuvo que someterse permitieron a los Sudairi recuperar su influencia e imponer el regreso de Bandar, con el respaldo de la administración Obama.

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Saad Hariri, quien ostenta la doble ciudadanía saudita y libanesa, estableció una alianza con los Sudairi. Después de presentar su renuncia como primer ministro libanés, hace 3 meses que Saad Hariri viene bloqueando la formación de un nuevo gobierno y, mientras tanto, se mantiene en el cargo.

Fue después de una visita al rey, cuando este se encontraba hospitalizado en Washington, y habiendo llegado erróneamente a la conclusión de que el monarca estaba agonizando, que el primer ministro libanés Saad Hariri se alió a los Sudairi. Nacido en Riad, Saad Hariri es saudita pero tiene la doble ciudadanía libanesa. Heredó la fortuna de su padre, que se había enriquecido gracias a los Saud. Saad Hariri tiene por lo tanto una deuda con el rey Abdalá y se convirtió en primer ministro libanés debido a la presión del monarca, aunque el Departamento de Estado abrigaba dudas en cuanto a su capacidad para ocupar el cargo.

Durante su periodo de obediencia al rey Abbalá, Saad Hariri se esforzó por reconciliarse con el presidente sirio Bachar el-Assad. Retiró las acusaciones en contra de este último que lo vinculaban al asesinato de su padre, el ex primer ministro libanés Rafik Hariri, y se disculpó por haberse dejado manipular para crear una tensión artificial entre el Líbano y Siria. Pero al aliarse a los Sudairi, Saad Hariri dio un giro político de 180 grados. De la noche a la mañana renegó de la política de conciliación del rey Abdalá hacia Siria y el Hezbollah y emprendió una ofensiva contra el régimen de Bachar el-Assad para obtener el desarme del Hezbollah y un compromiso con Israel.

Pero el rey Abdalá salió de su estado semicomatoso y no demoró en pedirle cuentas. Sin el indispensable apoyo del monarca saudita, Saad Hariri y su gobierno fueron expulsados del poder por el parlamento libanés, que decidió poner en el cargo de primer ministro a Najib Mikati, otro millonario con doble nacionalidad pero menos aventurero. Como castigo para Saad Hariri, el rey Abdalá abrió una investigación fiscal sobre la principal empresa de la familia Hariri en Arabia Saudita y detuvo a varios de sus colaboradores por fraude.

Las legiones de los Sudairi

Los Sudairi han decido desencadenar la contrarrevolución en todos los sentidos.

En Egipto, país donde financiaban a los Mubarak con una mano y a los Hermanos Musulmanes con la otra, los Sudairi impusieron ahora una alianza entre los Hermanos Musulmanes y los militares proestadounidenses.

Ya reunidos, los miembros de esta nueva coalición egipcia no han hecho otra cosa que repartirse los cargos, excluyendo del poder a los líderes de la revolución de la plaza Tahrir. La coalición se niega a convocar una Asamblea Constituyente y no ha hecho más que agregar algunas enmiendas a la Constitución ya existente.

En primer lugar, la nueva coalición ha proclamado el Islam como religión oficial del Estado egipcio, en detrimento de la minoría cristiana copta –a la que pertenece el 10% de la población– que, oprimida por Hosni Mubarak, se había movilizado contra su régimen. El doctor Mahmud Izzat, el segundo dirigente más importante de los Hermanos Musulmanes, llamó además a la rápida instauración de la charia y al restablecimiento de los castigos islámicos.

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El vocero de los Hermanos Musulmanes en Egipto, Essam Helarían no ha enfocado su campaña electoral en la abrogación de los Acuerdos de Camp David sino en la criminalización de la homosexualidad. Afirma que, aunque la mayoría de la población no se oponga a ese « vicio », un Estado musulmán tiene la obligación reprimirlo en virtud de la charia.
Al joven Wael Ghoneim, quien había desempeñado un papel de primer plano en el derrocamiento de Mubarak, se le prohibió subir a la tribuna en la manifestación de la victoria del 18 de febrero, en la que participaron casi 2 millones de personas. Por el contrario, el predicador estrella de los Hermanos Musulmanes, Yussef al-Qardawi, de regreso en Egipto después de 30 años de exilio en Qatar, se le permitió arengar a la multitud todo lo que quiso. Este personaje, al que Gamal Abdel Nasser había retirado la nacionalidad egipcia, se ha erigido en símbolo de la nueva era: la de la charia y la coexistencia pacífica con el régimen sionista de Tel Aviv.

El premio Nóbel de la PazMohamed el-Baradei –al que los Hermanos Musulmanes habían escogido durante la revolución como vocero para ofrecer una imagen de apertura– fue agredido físicamente por los mismos Hermanos Musulmanes durante el referéndum constitucional y ha sido apartado de la escena política.

Los Hermanos Musulmanes han anunciado su propia entrada en la escena política con la creación de un nuevo partido, llamado Libertad y Justicia, que cuenta con el apoyo de laNational Endowment for Democracy (NED) y que imita la imagen del AKP turco. También están aplicando la misma estrategia en Túnez, con el Partido del Renacimiento.

En ese contexto, se han cometido actos de violencia contra las minorías religiosas, como la quema de dos iglesias cooptas. Lejos de castigar a los agresores, el primer ministro les ha ofrecido garantías al destituir al gobernador que él mismo acababa de nombrar en la provincia de Qenna, el respetado general Imad Michael… simplemente por ser cristiano copto en vez de musulmán sunnita.

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El Consejo de Cooperación del Golfo (CGC) pidió la intervención de la OTAN en Libia y envió el ejército de Arabia Saudita y la policía emiratí a aplastar las protestas en Bahrein.
En Libia, los Sudairi enviaron hombres armados a Cirenaicaantes de que franceses y británicos dieran la señal para el comienzo de la revuelta contra el poder de Tripolitania. Fueron ellos quienes distribuyeron armas y las banderas de las listas roja, negra y verde con la estrella y la media luna, símbolo de la monarquía sanusita, protectora histórica de los Hermanos Musulmanes. El objetivo de los Sudairi en Libia era acabar con el agitador Kadhafi y poner al príncipe Mohamed en el trono de lo que fue en otros tiempos el Reino Unido de Libia.

El Consejo de Cooperación del Golfo fue el primero en pedir una intervención armada contra el gobierno de Trípoli. Y, en el seno del Consejo, fue la delegación de Arabia Saudita la que dirigió las maniobras diplomáticas para lograr que la Liga Árabe aprobara el ataque de los ejércitos occidentales contra Libia.

Por su parte, el coronel Kadhafi había declarado en varios discursos que no había ninguna revolución en Cirenaica sino que su país estaba enfrentando una operación de desestabilización de Al-Qaeda, palabras que provocaron sonrisas –equivocadamente– y que fueron confirmadas por el comandante del US AfriCom en persona. Basta con recordar la inquietud del general Carter F. Ham, quien dirigió las primeras operaciones militares estadounidenses antes de la entrega de esa responsabilidad a la OTAN. El general Carter F. Ham se sorprendió, en efecto, de tener que designar sus blancos terrestres basándose en informaciones proporcionadas por espías conocidos por haber combatido contra las fuerzas aliadas en Afganistán, en otros palabras conocidos como hombres de Ben Laden.

En cuanto a Bahrein, se trata de un territorio que desde 1971 se presenta como un reino independiente. Pero en realidad sigue siendo territorio gobernado por los británicos. En su momento, los británicos designaron al príncipe Khalifa como primer ministro y lo mantuvieron en ese puesto durante 40 años consecutivos, desde la independencia ficticia hasta hoy en día, continuidad que no es nada desagradable para los Sudairi.

El rey Hamad de Bahrein entregó a Estados Unidos una concesión que permitió la instalación del cuartel general naval de Central Command y de la V Flota estadounidense en el puerto de Juffair. En ese contexto, el reclamo popular por una monarquía constitucional significaría el acceso a una verdadera independencia, el fin del tutelaje británico y la retirada de las tropas estadounidenses. Todo ello afectaría a Arabia Saudita y pondría en peligro las bases mismas del sistema.

Así que los Sudairi convencieron al rey de Bahrein de que había que ahogar en sangre las esperanzas populares.

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Garante del orden establecido, el príncipe Nayef es el inflexible ministro del Interior y de Información de Arabia Saudita desde hace 41 años.
El 13 de marzo de 2011, el secretario estadounidense de Defensa Robert Gatesllegó a Manama para coordinar las operaciones, que comenzaron al día siguiente con la entrada de tropas especiales sauditas. Conocidas como «las águilas de Nayef» esas fuerzas especiales están bajo el mando directo del príncipe Nayef.

En unos días fueron destruidos todos los símbolos del movimiento de protesta, incluyendo el monumento de la Plaza de la Perla. Cientos de personas fueron muertas o están desaparecidas. La tortura, casi abandonada desde hace una decena de años, se generalizó nuevamente en Bahrein. Los médicos y enfermeras que socorrieron a los manifestantes heridos han sido arrestados en sus hospitales, encarcelados y mantenidos incomunicados, para ser finalmente enviados a los tribunales militares.

Lo más importante de esta terrible represión es, sin embargo, la voluntad de presentar como un conflicto sectario lo que en realidad es la clásica lucha de clases entre un pueblo entero y un grupo de privilegiados vendido al imperialismo extranjero. Como la mayoría de la población de Bahrein es chiíta, mientras que la familia reinante es sunnita, el chiísmo –vehículo del ideal revolucionario del ayatola Komeiny– ha sido designado como blanco. En un mes, las «Águilas de Nayef» han arrasado 25 mezquitas chiítas y dañado otras 253.

Un tribunal de excepción juzgará próximamente a 21 de los principales líderes de las protestas populares, que corren el riesgo de ser condenados a muerte. Más aún que contra los chiítas, la monarquía se ensaña actualmente con Ibrahim Cherif, presidente del partido Waed (izquierda laica), al que acusa de no respetar el orden confesional a pesar de ser sunnita.
A falta de poder desestabilizar Irán, los Sudairi están concentrando sus ataques contra Siria.

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