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Vietnam e Irak: similitudes y diferencias



¿El mismo dilema hoy...

por Marcelo Cantelmi


Una mirada por lo menos cargada de levedad ha persistido en sostener que la guerra en Irak tuvo el propósito único de capturar las enormes reservas petroleras en ese país.

En parte contribuyó a esa percepción que funcionarios de la etapa temprana de la administración de George Bush, como Richard Perle, hubieran admitido, sin mayores cuidados y con un cinismo que también ha sido condición de ese grupo, que aquel fue el objetivo central y la razón para la montaña de mentiras entre otros absurdos que se construyó para justificar la ofensiva militar que derrocó a Saddam Hussein.

Pero esa idea es una peligrosa simplificación. El petróleo, ciertamente, no ha sido la menos importante pero sí solo una parte de una arquitectura diseñada para llevar el brazo imperial a una zona crucial para los intereses estratégicos de la única potencia global.

Se trató, en otras palabras, de la extensión de la frontera norteamericana hasta esos territorios, incluyendo naturalmente el control de sus vastos recursos energéticos y con el objetivo central de intentar asegurar una reforma hasta la raíz en la estructura política de Oriente Medio para consolidar un nuevo mapa geopolítico.

La profundidad y ambición de ese proyecto, condiciones que no necesariamente le agregan sensatez, explica que en estos momentos de decadencia del gobierno republicano de Bush y cuando la guerra se muestra como una derrota en todo sentido, la precandidata presidencial demócrata Hillary Clinton, haya de todos modos respaldado la versión de la Casa Blanca
contraria a un retiro masivo de las tropas respecto a que la situación en Irak está mejorando pese a que el día a día contradiga de modo literalmente explosivo esa noción.

Dicho de otro modo, aun si el gobierno norteamericano pasa a manos de la oposición, alternativa que conviene incluir entre las opciones considerablemente posibles, no debería esperarse una rotunda modificación en el escenario de la región. Un proyecto de dos senadores demócratas Carl Levin y Jack Reed, detallado por la revista Time y que no ve con malos ojos el Partido Republicano, propone la salida en un lapso de 120 días de una importante porción de los más de 160.000 soldados norteamericanos desplegados en Irak, pero dejando una cantidad sensible de hombres que otras fuentes evalúan en el orden de los 50.000 y por el tiempo, medido en años, que sea necesario.





...qué entonces?

Esa es la gran diferencia con la guerra de Vietnam y el colapso norteamericano a manos de las tropas de Ho Chi Minh, cuyo fantasma, el de ese fracaso, acaba de evocar el presidente norteamericano posiblemente en uno de sus mayores fallidos por el mensaje de derrota que instaló, y avaló por sólo mentarlo, aun entre sus electores.

Henry Kissinger, ex secretario de Estado y hombre de confianza de Bush, subrayó no hace mucho, justamente, que lo que suceda en el país árabe tiene mucha más importancia para Estados Unidos que el conflicto librado y perdido en el Sudeste Asiático.

El comentario apuntaba a lo que ocurrirá luego de que Washington abandone Irak. La baza se juega no sólo por los costos que generará y ya produce una nueva derrota militar para los Estados Unidos
y es ésa la comparación más delicada con el caso de Vietnam, sino por la consolidación de poderes regionales que se fortalecieron al revés de lo que sucedió en el Sudeste Asiático debido a la absurda guerra en Oriente Medio, específicamente Irán, el principal de los jugadores que Bush instaló en su extravagante eje del mal.

El problema central de toda esta aventura es que su resultado fue el contrario al esperado
y aquí aparece otra similitud con el caso vietnamita por la ausencia de planificación, por el criterio autista de que se podía avanzar militarmente en un territorio profundamente complejo y por la ausencia de una estrategia madura de largo plazo. Es lo que frenó a George Bush padre después de que en la primera guerra del Golfo, a comienzos de la década de los 90, expulsó a las tropas de Saddam Hussein de Kuwait pero no avanzó, pudiendo hacerlo, sobre Bagdad.

El deterioro actual de la situación en Irak, donde no existe además una conducción visible y firme para tomar el poder, como sí sucedía en Vietnam, ha provocado que el gobierno títere de Nuri Al Maliki buscara apoyo en la teocracia shiíta iraní. Un camino que también siguió el presidente pronorteamericano de Afganistán, Hamid Karzai, que incluso se propuso para mediar entre Washington y Teherán. Ambos, con esos gestos, dieron forma a la profecía de dónde quedará el poder real en cuanto se termine de desplomar la estructura montada por el Pentágono en la región.

Irán no sólo es enemigo de los fanáticos talibanes y de los milicianos wahabitas que se reivindican como parte de la vidriosa red Al Qaeda. Este poder político y militar shiíta también genera inquietud entre los gobiernos árabes sunnitas. Se trata de aliados históricos de Estados Unidos, en su mayoría autoritarios y cuyas poblaciones se están radicalizando debido a la extrema concentración del ingreso en la región que ha generado océanos de pobres sobre un mar de petróleo.

La guerra de Irak y el crónico conflicto entre israelíes y palestinos no han hecho más que pavimentar el camino de los ayatollahs. Es precisamente ese crecimiento unido a una situación incontrolable el que pesa ahora con formas de pesadilla para la potencia hegemónica.



Publicado en Clarín, el 25 de agosto del 2007.




AFUERA Y ADENTRO
Publisher: Oscar Cardoso Sunday, 26 August 2007 21:02:09

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